PERFIL HUMANO
Don Ramón María del Valle-Inclán (que se llamaba en realidad Ramón Valle Peña) nació en Villanueva de Arosa (Pontevedra), en 1966. Sin terminar sus estudios de Derecho, marcha a México con afán de aventuras. De regreso lleva en Madrid una vida bohemia. En 1989, a consecuencia de una herida recibida en una riña, pierde su brazo izquierdo. Se casa con una actriz en 1907. Su fama crece tanto por su arte como por su vida llena de anécdotas chocantes. Pero su dedicación a la literatura es absoluta, y no le detienen las privaciones que sufre con su familia. Renunció a una cátedra de Estética; más tarde (1933) aceptó ser Director de la Academia Española de Roma. Pero, enfermo de cáncer, volvió a Santiago, donde murió en 1936.
Su figura era inconfundible: manco, melena y barbas largas, capa, chambergo y chalina. Pero, por debajo de su excentricidad, está su inconformismo, la entrega rigurosa a su trabajo de escritor y una arrogante búsqueda de nuevas formas.
Políticamente fue primero tradicionalista; por aversión a la civilización burguesa, que le parecía fea, se aferraba a los viejos valores y se proclamaba “carlista por estética”. Pero, a partir de 1915, da un giro radical: se sigue oponiendo a lo mismo, pero ahora desde la izquierda, adoptando posturas revolucionarias que llegan hasta el comunismo. Con todo, no es fácil separar lo que había en él de convencimiento político y de postura “estética”.
Escribe luego algunas de sus Comedias Bárbaras (Águila de blasón, Romance de lobos, Cara de Plata), de ambiente rural gallego, con personajes singulares y pasiones violentas. ¿Son auténtico teatro? Luego se verá. Señalemos ahora que su estilo es más fuerte.
La evolución estilística se acentúa con la trilogía de novelas La guerra carlista (Los cruzados de la causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño, 1908-1909). En ellas, el heroísmo y la brutalidad de la guerra alternan en agridulce contraste. El mismo contraste en el estilo: junto a resabios modernistas, aparece un lenguaje desgarrado y bronco.
Idéntica evolución se apreciará en su poesía, desde Aromas de leyenda (1907), modernista a La pipa de kif (1919) de tonos “esperpénticos”.
La consolidación de la nueva estética se da en 1920, con la publicación de Luces de Bohemia, subtitulada “esperpento”. Con esta palabra (cuyo significado habitual era “persona extravagante o absurda”) designa Valle-Inclán a esas obras dramáticas suyas que se basan en una deformación o degradación expresionista de la realidad.
Más distorsionados aún son los siguientes esperpentos (1921-1927), recogidos con el título conjunto de Martes de carnaval (Los cuernos de don Friolera, La hija del capitán, Las galas del difunto).
Las mismas características tienen sus novelas de la última época. Así Tirano Banderas (1926), historia “esperpéntica” de un dictador americano, una de las más importantes novelas españolas del siglo XX y de influencia decisiva en Hispanoamérica. O la trilogía El ruedo ibérico, (La corte de los milagros, ¡Viva mi dueño! y Baza de espadas ) en que reaparece la sátira de los tiempos de Isabel II.
Es uno de los autores más vigentes hoy. Y, en fin, su asombroso dominio de la lengua hace de él uno de los grandes creadores que ha habido en nuestro idioma.