La literatura de principios del
siglo XX surge como reacción contra el positivismo del siglo XIX, el espíritu
materialista y utilitarista de los burgueses, y los movimientos estéticos que
los expresaban (Realismo y Naturalismo). Por ello, la mayoría de los críticos
no considera antitéticos a modernistas y noventayochistas, sino como tendencias
de un mismo movimiento renovador que también se ha denominado Generación fin de
siglo.
El
Modernismo.
Es una corriente de renovación
estética que surge en Hispanoamérica a finales del siglo XIX, cuyo máximo
representante es el nicaragüense Rubén
Darío, y que sintetiza distintas influencias,
tanto de la literatura española (desde los medievales -Berceo y el Arcipreste
de Hita- al posromántico Bécquer), como de la literatura extranjera (Poe, Oscar
Wilde, etc.), y en especial de dos corrientes poéticas francesas: el Parnasianismo y el Simbolismo. Del primero, en el que destacó Gautier, recoge la
concepción del arte por el arte así
como el culto a la belleza, a lo
sensorial y a la perfección formal
recurriendo a motivos mitológicos y clásicos. Del Simbolismo, representado por
Baudelaire, Verlaine o Mallarmé, adopta la idea de que bajo las apariencias del mundo subyace una realidad oculta a la que no es posible acceder a través de los
sentidos (la de los sueños, sentimientos, etc.) por lo que solo puede sugerirse mediante símbolos (imágenes físicas que sugieren o evocan sentimientos,
obsesiones, etc.)
Los temas presentes en el Modernismo son la angustia existencial (“el mal del siglo”), el gusto por lo decadente y por lo castizo, el intimismo
y la introspección, y la evasión a ambientes
exóticos, lejanos y cosmopolitas.
En cuanto al lenguaje, huyen del prosaísmo de la lírica decimonónica mediante un
léxico colorista, sonoro y evocador en el que abundan símbolos, imágenes y sinestesias. El
género más cultivado por los
modernistas fue la lírica donde el
ansia de renovación y el deseo de musicalidad de estos poetas les llevó a
utilizar una gran variedad métrica en la que no faltaron los
versos propios de la métrica castellana (octosílabo),
de la métrica francesa (dodecasílabo)
y de la métrica clásica basados en los pies
acentuales. De las estrofas destacan
los sonetos en alejandrinos.
Rubén
Darío fue el mejor
exponente del Modernismo y su obra atravesó dos periodos: uno de gran plasticidad y sonoridad con Azul (1888) y Prosas profanas (19896), donde culmina el Modernismo exuberante, y
un segundo periodo más intimista y reflexivo presente en Cantos de vida y esperanza (1905).
En España, los autores modernistas
más destacados fueron Villaespesa, Marquina, Manuel Machado (Alma), y
parte de la trayectoria de Antonio
Machado, Valle-Inclán, y Juan Ramón Jiménez (Arias tristes, Elejías, Platero y yo…).
La
Generación del 98.
El núcleo de esta generación fue el
grupo de Los Tres (Azorín, Baroja y
Maeztu), a los que se unen Unamuno y parte de la obra literaria de Valle-Inclán
y Antonio Machado. Con los antecedentes del Regeneracionismo y tras el desastre de 1898 y la pérdida de las
últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), adoptaron una actitud crítica ante la situación de
crisis generalizada y proclamaron la necesidad de una literatura que denunciara
el mal de España y propusiera soluciones.
Los noventayochistas trataron en
sus obras del tema de España
(regeneracionismo social, económico y político), de temas históricos y nacionales (búsqueda de sus raíces y descripción
de las tierras de España, especialmente de Castilla) y en ellas manifestaron
sus preocupaciones sociales y
filosóficas.
En relación al estilo, y frente a la exuberancia modernista, se caracterizaron por
un estilo natural y sencillo en el que primaron el contenido sobre la forma: lenguaje preciso y sobrio que exprese
ideas.
Cultivaron todos los géneros,
aunque prefirieron los subgéneros del ensayo
y la novela. Los principales autores
de este movimiento fueron:
Antonio
Machado. Presenta
una primera etapa modernista influida por el Simbolismo que queda
reflejada en Soledades (1903) y que
más tarde amplía en Soledades, galerías y
otros poemas (1907) donde a través de temas
como el paso del tiempo, la infancia, la muerte y Dios recorre “las galerías
del alma” (se refugia en su yo interior). En Campos de Castilla (1912), segunda etapa, Machado se abre al
mundo y se identifica con la gente y el paisaje castellanos (preocupación
social y filosófica característica del 98). En la tercera etapa se
intensifica la reflexión y las inquietudes filosóficas en Nuevas canciones (1924) y en Juan
de Mairena.
Miguel
de Unamuno. Fue
filósofo y literato. Su obra refleja su pensamiento existencial contradictorio
mediante antítesis, paradojas con una lengua precisa y ágil. Sus ensayos más destacados son Del sentimiento trágico de la vida (de
carácter existencial) y En torno al
casticismo (sobre el tema de España). En cuanto a sus novelas, Unamuno crea el concepto de intrahistoria con el que hacer referencia a la vida silenciosa de
los millones de hombres que pueblan la tierra, y se inventa el término de nivola para referirse a sus novelas de
carácter “poco novelesco” debido a la ausencia de acción que hay en estas y al
interés del autor por reflejar en ellas los conflictos interiores de los
personajes mediante el diálogo (de este tipo son sus novelas Niebla, La tía Tula, Abel Sánchez,
San Manuel Bueno, mártir, etc.).
Cultivó también una interesante lírica: Poesías,
El Cristo de Velázquez…
José
Martínez Ruiz, “Azorín”.
Sus novelas y ensayos están teñidos de una gran melancolía por el paso del tiempo y en ambos el estilo es
conciso e impresionista. Sus primeras novelas fueron de escasa narración y muy
autobiográficas: La voluntad (1902) y
Antonio Azorín (1903). Después recreó
mitos literarios como en Don Juan
(1922).
Pío
Baroja. Sus novelas poseen una estructura abierta puesto que presentan una sucesión de escenas
sueltas relacionadas por un personaje
protagonista que se mueve por espacios muy diversos descritos unas veces de
una manera impresionista y otras sórdida y naturalista (La Busca, 1904). Sus personajes pueden ser tanto hombres de acción,
como Zalacaín el aventurero
(influencia nietzscheana), como hombres abúlicos y pesimistas que se preguntan
por el sentido de la existencia como lo hace Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia (1911). Esta
producción novelística se agrupó en trilogías
(La lucha por la vida, Tierra vasca, La raza, etc.) y sus últimas novelas fueron históricas y de
aventuras como Memorias de un hombre de
acción.
Valle-Inclán. Su obra evoluciona
de la prosa de ambientación modernista y decadente de las Sonatas (1902-1905), protagonizadas por
su alter ego, el marqués de Bradomín,
al esperpento, una estética
deformante y caricaturesca con la que reflejó la realidad sociopolítica
española mediante personajes deshumanizados convertidos en fantoches. Esta
técnica aparece en Luces de bohemia, Tirano banderas y en la trilogía Martes de carnaval.
No hay comentarios:
Publicar un comentario