CIRCUNSTANCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES. EL “DESASTRE”.
La vida política, a fines del XIX y
principios del XX, sigue presidida por el turno de conservadores y progresistas
en el gobierno. Fuera de estos “partidos dinásticos”, hay otros grupos que van
desde los carlistas a los republicanos y, más a la izquierda, los socialistas y
los anarquistas.
La sociedad presenta, en su base, una
gran masa rural y un proletariado
industrial aún poco desarrollado (en Cataluña y el País Vasco); en estos
sectores prenden doctrinas revolucionarias.
Su pobreza contrasta con el poder y el lujo de la aristocracia y la alta burguesía, encasilladas en posturas conservadoras. Entremedias, hay una pequeña burguesía o “clase media”, a
menudo descontenta y propicia al reformismo,
aunque temerosa de revoluciones.
Los
problemas económicos y sociales (atraso, crisis…) son graves, pero muchos
españoles viven inconscientes. Unos trágicos acontecimientos vendrán a sacudir
las conciencias más sensibles.
En 1898, tras varios años de guerra,
cuba, Puerto Rico y Filipinas –nuestras últimas colonias de Ultramar-
conseguirán su independencia con la ayuda de los Estados Unidos: la escuadra
española será destrozada en Santiago de Cuba y Cavite (Filipinas). Las pérdidas
humanas y económicas son cuantiosísimas. Es el “Desastre del 98” .
Tales
hechos constituyen un fuerte aldabonazo para muchos espíritus: se cobra
conciencia de la decadencia del país
(antaño, poderoso); se analizan sus causas, se buscan soluciones… Es lo que harán
los “noventayochistas”, pero había antecedentes.
PRECURSORES: LOS “REGENERACIONISTAS”, GANIVET.
Se
llama regeneracionistas a quienes,
desde años atrás, propugnaban medidas concretas para la “regeneración” del
país. Entre ellos, destaca Joaquín Costa
(1846-1911). Con su lema “despensa y escuela” pedía, a la vez, una política
económica y educativa. Las reformas del campo son el tema de su libro Colectivismo
agrario en España (1898). Su reformismo y su posición crítica inspiran
asimismo su Oligarquía y caciquismo (1901), en que denuncia a los
pequeños grupos de poderosos que presionan o imponen su ley.
Junto
al reformismo, destaca –en Costa y
los regeneracionistas- el europeísmo
o anhelo de “europeizar” a España.
Aunque
al margen del grupo anterior, hay que recordar al granadino Ángel Ganivet, muerto a los treinta y
tres años en circunstancias trágicas (se suicidó precisamente en el 98). En su Idearium
español (1897), había analizado los rasgos del alma española, las glorias
pasadas, los males contemporáneos y la necesidad de renovación espiritual,
aunque asentada en las tradiciones profundas.
Las
ideas de los regeneracionistas hallarán eco en quienes más tarde serían
incluidos en la llamada generación del 98.
EL CONCEPTO DE “GENERACIÓN LITERARIA” APLICADO AL 98
Para
los historiadores, una generación es un conjunto de hombres próximos por su
edad (no más de quince años de diferencia), que comparten problemas e
inquietudes. Sin embargo, el concepto de “generación
literaria” es más restringido. No basta que unos escritores sean coetáneos: se exigen otros requisitos
conocidos como los “postulados de
Petersen”:
-Formación
intelectual semejante.
-Relaciones
personales entre ellos.
-Presencia
de un jefe o guía.
-Un
“acontecimiento generacional” que aúne sus voluntades.
-Rasgos
comunes de estilo, por los que se oponen a la generación anterior.
Hay
críticos que señalan, con razón, que los escritores que reúnan tales requisitos
no serán una generación histórica, sino solo una parte de ella. Desde un punto de vista histórico, a una misma
generación pertenecen “modernistas” y “noventayochistas”. Sería, pues,
preferible hablar de grupo del 98.
Integrarían
ese grupo, sin duda, Unamuno, Azorín,
Baroja y Maeztu. Y son más dudosos los casos de Antonio Machado y Valle-Inclán, entre otros.
De
todas formas, no estamos ante un bloque monolítico: es preciso atender a su evolución.
LA “JUVENTUD DEL 98”
“Un
espíritu de protesta, de rebeldía, animaba a la juventud de 1898” , dijo Azorín. Y, en
efecto, las ideas iniciales de los cuatro autores que acabamos de destacar no
se encuadren en un reformismo regeneracionista,
sino en movimientos revolucionarios.
Así
en su juventud, Unamuno militó en el PSOE. “Anhelos socialistas” compartía
también, por entonces, Ramiro de Maeztu. El joven Azorín se declaraba
anarquista. E igualmente anarquista se halló Baroja. Antes de 1900, pues, estos
cuatro escritores –aunque procedentes de la pequeña burguesía- adoptan un
izquierdismo radical.
Distinto
es el caso de Valle y de Machado. El Valle-Inclán de 1900 es ideológicamente
tradicionalista y estéticamente modernista. Machado no se dará a conocer hasta
1903, con Soledades, libro de poesía intimista; sus ideas liberales
progresistas de entonces no pasaban todavía a su obra. La evolución posterior
de ambos será también muy distinta de la de los otros.
Componen
este grupo Azorín, Baroja y Maeztu, que mantenían estrecha amistad. En 1901
difunden un Manifiesto en el que denuncian la “descomposición” de la atmósfera
moral”, la desorientación de la juventud… Desean “mejorar la vida de los
miserables”. Pero ahora ya no confían en las doctrinas políticas, ni siquiera
en las demócratas ni socialistas. Y piensan que sólo una ciencia social puede estudiar soluciones.
Quiere
esto decir que los Tres han dejado
atrás sus ideas revolucionarias anteriores y se han aproximado a un reformismo de tipo “regeneracionista”.
Pero
su campaña fue un fracaso y un hondo desengaño. El grupo de deshizo y cada cual
seguirá su propio camino.
También
Unamuno ha cambiado de rumbo. Ha
abandonado el socialismo. Y al recibir el Manifiesto de los Tres, aunque les
promete algún apoyo, les confiesa que ahora le interesan poco los asuntos
económicos-sociales: lo que le preocupan son los problemas espirituales de
nuestro pueblo.
En 1910, Azorín señala que los
autores citados se han alejado del radicalismo juvenil. Queda, eso sí, “la
lucha por algo que no es lo material y bajo”. Es decir, vagos anhelos idealistas (a veces cierto escepticismo). He aquí otros rasgos
comunes:
-Las
preocupaciones existenciales
adquieren especial relieve: el sentido de la vida, el destino del hombre…
-El tema de España recibe nuevos enfoques:
ahora más que los problemas materiales concretos, es sobre todo el “alma” de
España lo que les preocupa (Unamuno, como hemos visto, encabezó esta postura).
La
evolución ideológica de los diversos autores es curiosa. Unamuno se debatiría toda su vida entre íntimas contradicciones. Baroja se recluye en un radical
escepticismo. Azorín derivó desde el
escepticismo hacia posturas tradicionalistas. Más profundo fue el giro de Maeztu, quien se convirtió en adalid de
un movimiento que empieza a surgir, la Falange , que linda con posturas fascistas.
Antonio Machado, en su libro de 1912, Campos
de Castilla, incorpora, al fin, preocupaciones noventayochistas; pero
pronto las desbordó hacia posturas cada vez más avanzadas. Valle-Inclán, hacia 1920, ha pasado de su tradicionalismo inicial a
un progresismo que alcanzará expresiones muy radicales, terminando en
posiciones comunistas.
RAMIRO DE MAEZTU
Nació en Vitoria en 1874. Su ímpetu
revolucionario juvenil se plasma en Hacia otra España (1899), visión implacable
del “marasmo”, de la decadencia. En su etapa posterior, antirrepublicana y
antimarxista, escribe Defensa de la Hispanidad (1934), donde exalta el espíritu y
la obra de la España
imperial, integradora de razas y pueblos. Aparte nos dejó una brillante interpretación
de tres grandes mitos españoles: Don Quijote, don Juan y la Celestina. (1926). Su estilo es siempre intenso, apasionado y
sugestivo. En 1936, tras el levantamiento militar, quedó en zona republicana, fue
condenado a muerte por sus ideas y fusilado. Nótese como a García Lorca, de
distinta Generación, le ocurrió algo parecido. Quedó en zona nacional y también
fue asesinado.
TEMAS DEL 98. ESPAÑA
El
tema de España, desde luego, es en
ellos central. En sus páginas se mezclan el dolor
y el amor por España. Rechazaron la política del momento y,
sobre todo, la “ramplonería” y el “espectáculo deprimente” de la sociedad (son
palabras de Unamuno). Exaltaron, en
cambio, “una España eterna y espontánea” (Azorín); de ahí su interés por el
paisaje, por la vida de los pueblos y por nuestra historia.
a)
Las tierras de España fueron
recorridas y descritas por ellos también con amor y con dolor. Junto a su crítica del atraso, hay, -cada vez más-
una exaltación lírica de los pueblos y del paisaje. Sobre todo de Castilla, en la que vieron la médula de
España (cosa destacable viniendo de escritores nacidos en la periferia). Su
atracción por lo austero del paisaje castellano supone una nueva sensibilidad, una nueva manera de mirar.
b)
La Historia es otro de los campos de sus meditaciones.
Al principio, rastreaban sobre todo en el pasado las raíces de los males
presentes. Cada vez más buscaron los valores “permanentes” de Castilla y de
España, tanto en la cultura como en los hombres. Y debe destacarse que, por
debajo de la “historia externa” (reyes, batallas…), les atrajo lo que Unamuno
llamó la intrahistoria, es decir,
“la vida de los millones de hombres sin historia” que, con su labor diaria, han
hecho la historia más profunda.
c)
En los escritores del 98, el amor a España se combinó con un anhelo de europeización muy vivo en su
juventud. Apertura a Europa y revitalización de los valores “castizos” se
equilibran en una famosa frase de Unamuno: “tenemos que europeizarnos y
chapuzarnos de pueblo”.
LOS TEMAS EXISTENCIALES
A)
Las preocupaciones existenciales
ocupan un lugar muy importante en los noventayochistas. Y hay que situarlas en
la crisis de fin de siglo. Ya en los modernistas vimos un malestar vital, una desazón “romántica”, que está presente también
en Unamuno, Azorín, Baroja, etc. Ellos mismos o sus personajes se interrogarán
sobre el sentido de la existencia humana, sobre el tiempo, sobre la muerte,
etc. Y son frecuentes los sentimientos de hastío
de vivir o de angustia. (Por todo
esto, se ha visto en ellos un precedente
de existencialismo europeo.)
B)
Estrechamente ligado a lo anterior está el problema
religioso. Los noventayochistas fueron agnósticos
en su juventud. Baroja lo sería toda
su vida. Unamuno, en perpetua lucha
entre su razón y su sed de Dios, fue un temperamento profundamente religioso,
pero angustiado y fuera de la ortodoxia católica. Azorín y Maeztu, en
cambio, adoptaron con el tiempo posiciones católicas tradicionales.
RENOVACIÓN ESTÉTICA. EL ESTILO
Los
autores del 98 contribuyeron decisivamente a la renovación literaria de
principios de siglo. Reaccionaron por igual contra el retoricismo o el
prosaísmo de la literatura anterior. Del siglo XIX, sin embargo, admiran a
Bécquer y tienen a Larra como un precursor. Reveladoras son sus preferencias
por algunos de nuestros clásicos, como Fray Luis, Quevedo y, sobre todo,
Cervantes (aportaron personalísimas interpretaciones del Quijote); o su fervor
por nuestra literatura medieval, en especial el Poema del Cid, Berceo, el
Arcipreste de Hita, Jorge Manrique…
Desde
tales orientaciones, se propusieron una renovación
de la lengua literaria. Claro es que, dada la fuerte personalidad de cada
uno, sus estilos se hallan netamente diferenciados.
Pero se han señalado algunas notas comunes. Así, cierto ideal de sobriedad
(contra el retoricismo), pero también un gran cuidado de la forma
(contra el prosaísmo).
Otro
rasgo común e importante es su gusto por las palabras tradicionales y terruñeras,
esas palabras que se van perdiendo en las grandes ciudades. Unamuno, Azorín,
etc., recogieron muchas de ellas en los pueblos (o en los clásicos), llevados
de su amor a nuestra lengua y nuestra cultura.
En
un plano más general, señalemos su subjetivismo. A menudo es difícil
separar sus visiones de la realidad de su manera de mirar. De ahí, por ejemplo,
la sintonía de paisaje y alma
frecuente en sus descripciones. De ahí también el tono lírico de muchas de sus páginas, esto es, la expresión de sus
sentimientos al tiempo que describen los paisajes.
Finalmente,
señalemos sus innovaciones en los
géneros literarios. Ante todo, el grupo del 98 configuró el ensayo
moderno, haciéndolo apto para recoger las más variadas reflexiones o vivencias.
La novela
se enriqueció con nuevas técnicas. Menor eco tuvieron ciertos intentos de
renovar el teatro (con la excepción de Valle-Inclán). De estas y otras
novedades tendremos varios ejemplos en los textos.
Antes
de abordar cada uno de los autores del grupo del 98, mencionaremos dos grandes
figuras coetáneas, que brillaron en otros campos: la erudición y el teatro.
Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), asturiano, fundador del Centro de
Estudios Históricos y director de la Real
Academia Española, se halla íntimamente relacionado con el
98. Él apoyó desde la ciencia histórica y filológica muchas de las tesis de los
noventayochistas. El castellanismo se plasma en sus monumentales estudios sobre
la Edad Media
y su literatura: sobre La España del Cid, sobre la épica y el
romancero, etc. El idioma, tan amado por los escritores del 98, encontró en
Menéndez Pidal el máximo investigador de su historia: Orígenes del español, Gramática
histórica…
Jacinto Benavente (1866-1954) fue un gran renovador de la escena
española, a la que sacó del teatro postromántico. Azorín lo incluía en la
generación del 98. Es cierto que en sus comienzos tuvo una actitud crítica
vecina a la de aquellos autores: en comedias como El nido ajeno (1894)
desveló las hipocresías y convenciones de la alta burguesía; su obra maestra, Los
intereses creados (1907), es una deliciosa farsa que encierra una cínica
visión de los ideales burgueses; y en La Malquerida (1931) trazó un vigoroso cuadro
rural. Con el tiempo Benavente fue limando su carga crítica para acomodarse a
lo que pedía y era capaz de admitir el público habitual de los teatros de entonces.
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