jueves, 10 de enero de 2019

JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ, "AZORÍN" (4º ESO)


VIDA
            Nació en Monóvar (Alicante), en 1873. Estudió Derecho, pero se dedicaría toda su vida al periodismo. Tras una juventud exaltada, su vida existencia transcurrió apacible, sin incidentes destacables. Desde 1904 utilizó el seudónimo de Azorín (apellido del protagonista de sus primeras novelas).
            Ideológicamente, como sabemos, evolucionó desde sus ideas revolucionarias juveniles hacia posturas conservadoras y una valoración de la España tradicional. Paralelamente en lo religioso, pasó de su anticlericalismo inicial a un escepticismo sereno, para terminar proclamando “un catolicismo firme”.
            Su filosofía está centrada en una obsesión por el Tiempo, por la fugacidad de la vida. Pero más que angustia, (por ejemplo la de Unamuno), hay en él una tristeza íntima y el anhelo de apresar lo que permanece por debajo de lo que huye. Es, cada vez más, un espíritu nostálgico que vive para evocar.

LOS TEMAS
      1)      Evocaciones de infancia y juventud.
2)      Evocaciones de tierras y hombres de España. Son numerosas las páginas en que revive el pasado, sus ciudades, sus figuras históricas y literarias o sus gentes sencillas- lo veremos en la lectura-, con especial atención a los aspectos cotidianos (la “intrahistoria”).
3)      Pinturas de paisaje. Tras innumerables viajes, pintó todas las tierras de España, pero –una vez más- son inolvidables sus visiones de Castilla: sus aspectos físicos y su “alma”. Y así nos dejó a la vez también dibujada su alma. Esta sintonía entre paisaje y alma es muestra del citado subjetivismo noventayochista. Como nadie tal vez, Azorín proyectó sobre lo que veía su sensibilidad nostálgica. De ahí, el fino lirismo de sus descripciones.

ESTILO
             Junto a ese lirismo, acaso la primera impresión que produce la prosa de Azorín sea la de un fluir lento, apoyado en frases cortas. Su ideal de estilo apunta a la precisión y la claridad. El resultado es de una pulcritud y una tersura inconfundibles.
             En sus descripciones, emplea una técnica miniaturista, esto es, una atención al detalle a través del cual nos revela o sugiere otras realidades. Es además uno de los noventayochistas más prolífico en la busca de palabras olvidadas.

LA OBRA. ENSAYOS
             Los rasgos señalados aparecen con plenitud en aquellos ensayos que encierran estampas y evocaciones españolas. A este sector pertenecen sus dos libros más famosos: Los pueblos (1905) Castilla (1912). Otros títulos: La ruta de Don Quijote, Valencia, etc.
             Aparte, escribió Azorín muchos ensayos de crítica literaria, que interesan sobre todo cuando revive páginas de nuestros clásicos con exquisita sensibilidad. Así, en Lecturas españolas (1912), Al margen de los clásicos (1915), etc.

NOVELA Y TEATRO
             Las novelas azorinianas son muy particulares; en ellas, el argumento es tan tenue que parece un pretexto para hilvanar pinturas de tipos y ambientes, lo que las emparenta con sus ensayos. Pero hay en ellas un propósito de superar el puro realismo y de aportar un nuevo lenguaje artístico. Acaso las más interesantes sean las primeras, por su carácter autobiográfico y la presencia de una sensibilidad muy del momento: La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904) sobre sus recuerdos infantiles en un internado.
             En el teatro no acertó. También quiso renovar, pero le faltó sentido escénico. Entre sus obras puede destacarse como la más interesante Lo invisible (1928), sobre el tema de la muerte.

Texto de Castilla
             Calixto y Melibea se casaron-como sabrá el lector si ha leído La Celestina- a pocos días de ser descubiertas las rebozadas entrevistas que tenían en el jardín. Se enamoró Calixto de la que después había de ser su mujer un día que entró en la huerta de Melibea persiguiendo un halcón. Hace de esto dieciocho años. Veintitrés tenía entonces Calixto. Viven ahora marido y mujer, en la casa solariega[1] de Melibea: una hija les nació, que lleva, como su abuela, el nombre de Alisa. Desde la ancha solana[2] que está a la puerta trasera de la casa se abarca toda la huerta en que Melibea y Calixto pasaban sus dulces coloquios de amor. La casa es ancha y rica; labrada escalera de piedra arranca de lo hondo del zaguán[3]. Luego, arriba, hay salones vastos, apartadas y silenciosas camarillas[4], corredores penumbrosos con una puertecilla de cuarterones[5] en el fondo, que como en Las Meninas de Velázquez, deja ver un pedazo de luminoso patio. Un tapiz de verdes ramas y piñas gualdas[6] sobre un fondo bermejo cubre el piso del salón principal; el salón, donde en cojines de seda puestos en tierra se sientan las damas. Acá y allá destacan silloncitos de cadera guarnecidos[7] de cuero rojo o sillas de tijera con embutidos[8] mudéjares; un contador[9] con cajonería de pintada y estofada[10] talla, guarda papeles y joyas; en el centro de la estancia, sobre la mesa de nogal, con las patas y las chambranas[11] talladas, con fiadores[12] de forjado hierro, reposa un lindo juego de ajedrez con embutidos de marfil, nácar y plata; en el alinde[13] de un ancho espejo refléjanse las figuras aguileñas sobre fondo de oro de una tabla colgada en la pared frontera. (…)
            Calixto está en el solejar[14], sentado junto a uno de los balcones. Tiene el codo puesto en el brazo del sillón y la mejilla reclinada en la mano. (…) No tiene Calixto nada que sentir del pasado; pasado y presente están para él al mismo rasero de bienandanza. Nada puede conturbarle ni entristecerle. Y sin embargo, Calixto, puesta la mano en la mejilla, mira pasar a lo lejos sobre el cielo azul las nubes. Las nubes nos dan una sensación de inestabilidad y de eternidad. Las nubes son –como el mar- siempre varias y siempre las mismas. Sentimos mirándolas cómo nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas –tan fugitivas- permanecen eternas. A estas nubes que ahora miramos las miraron hace doscientos, quinientos, mil, tres mil años, otros hombres con las mismas pasiones y las mismas ansias que nosotros. (...) Las nubes son la imagen del tiempo. ¿Habrá sensación más trágica que aquella de quien sienta el tiempo, la de quien vea ya en el presente el pasado y en el pasado el porvenir? (…) En el jardín todo es silencio y paz. En lo alto de la solana, recostado sobre la barandilla, Calixto contempla extático[15] a su hija. De pronto un halcón aparece revolando rápida y violentamente por entre los árboles. Tras él, persiguiéndole todo agitado y descompuesto, surge un mancebo. Al llegar frente a Alisa se detiene absorto, sonríe y comienza a hablarle.
            Calixto le ve desde el carasol y adivina sus palabras. Unas nubes redondas, blancas, pasan lentamente sobre el cielo azul en la lejanía.



[1] solariega: Antigua y noble.
[2] solana: Sitio o lugar donde el sol da de lleno.
[3] zaguán: Vestíbulo.
[4] camarilla: Sala o pieza pequeña de una casa.
[5] cuarterones: Cada una de las cuartas partes en que se divide un todo.
[6] gualdas: Del color de la flor gualda, amarilla.
[7][7] guarnecidos: Tapizados.
[8] embutidos: Encajados.
[9] contador: Escritorio.
[10] estofada: Labrada.
[11] chambranas: Cada uno de los listones que unen las patas de una mesa
[12] fiador: Pieza con que se afirma algo para que no se mueva.
[13] alinde: Superficie bruñida y brillante.
[14] solejar: Solana.
[15] extático: en éxtasis, en estado de arrobamiento.

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